Una sustancia química que se le ha agregado indiscriminadamente a los alimentos procesados sin la debida reglamentación ni estudios que avale su seguridad. Estamos hablando del glutamato monosódico que podemos identificarlo en las etiquetas como E-621
El glutamato monosódico es, sencillamente, un “potenciador del sabor”, una sustancia que se ingiere cuyo único objetivo aparente es facilitar un mayor consumo del producto al que se añade. Y sólo por eso, en las actuales circunstancias, debería ser ya cuestionable su utilización porque, ¿si los alimentos supieran a lo que tienen que saber seguiríamos devorándolos hasta la obesidad?
Justificar a estas alturas su presencia aduciendo que cuenta con los correspondientes permisos de los organismos reguladores no significa nada para quien conoce -aunque sea de forma mínima- las estrategias de las industrias en defensa de sus intereses: relaciones privilegiadas con los organismos reguladores, centros de investigación propios, estudios externos patrocinados, investigadores contratados, medios financiados a través de la publicidad, grupos de presión política… Todo ello encaminado a la siembra permanente de dudas sobre el alcance final de los efectos sobre la salud a fin de mantener su actividad. Así es como hemos llegado a convivir con ciertos fármacos, con el tabaco, con los móviles, con las antenas de telefonía, con los transformadores, con las torres de alta tensión y con tanto producto químico incontrolado de evidente impacto sobre la salud.
Y en el mejor de los casos, suponiendo que en el momento de su aprobación nada se supiera sobre el posible impacto sobre la salud del E-621, seguir con los ojos cerrados ante lo que la investigación independiente nos desvela día a día no sólo es una irresponsabilidad administrativa sino una negligencia sanitaria.
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El glutamato monosódico es, sencillamente, un “potenciador del sabor”, una sustancia que se ingiere cuyo único objetivo aparente es facilitar un mayor consumo del producto al que se añade. Y sólo por eso, en las actuales circunstancias, debería ser ya cuestionable su utilización porque, ¿si los alimentos supieran a lo que tienen que saber seguiríamos devorándolos hasta la obesidad?
Justificar a estas alturas su presencia aduciendo que cuenta con los correspondientes permisos de los organismos reguladores no significa nada para quien conoce -aunque sea de forma mínima- las estrategias de las industrias en defensa de sus intereses: relaciones privilegiadas con los organismos reguladores, centros de investigación propios, estudios externos patrocinados, investigadores contratados, medios financiados a través de la publicidad, grupos de presión política… Todo ello encaminado a la siembra permanente de dudas sobre el alcance final de los efectos sobre la salud a fin de mantener su actividad. Así es como hemos llegado a convivir con ciertos fármacos, con el tabaco, con los móviles, con las antenas de telefonía, con los transformadores, con las torres de alta tensión y con tanto producto químico incontrolado de evidente impacto sobre la salud.
Y en el mejor de los casos, suponiendo que en el momento de su aprobación nada se supiera sobre el posible impacto sobre la salud del E-621, seguir con los ojos cerrados ante lo que la investigación independiente nos desvela día a día no sólo es una irresponsabilidad administrativa sino una negligencia sanitaria.
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