La ley básica del capitalismo nos indica que “no hay negocio sin
necesidad” y que la base del comercio es el principio de escasez.
Traduciendo
esta premisa al mundo de la salud corporativizada o privada, se
entiende que “sin enfermedad, no hay lucro”. Y lucro es precisamente el
interés último de las corporaciones farmacéuticas.
Esta semana,
el premio Nobel de Medicina, Richard J Roberts, denunciaba que dicho
sector privado se caracteriza por la codicia y la sed de ganancias
económicas.
Pero aquello no es un secreto: durante décadas,
investigaciones, demandas judiciales, editoriales, programas
informativos, entre otros, se han dado a la tarea de revelar ante la
opinión pública una realidad espeluznante: la salud, en realidad, sólo
es un mercado de bienes y servicios.
A nivel global, el interés de las farmacéuticas consiste en crear enfermos y adictos a los medicamentos.
Uno
de los ejemplos más relevantes en la problemática es el uso de
farmacéuticos destinados a tratar una variedad de supuestas enfermedades
creadas a gusto y medida de la psiquiatría infantil contemporánea.
Con
aquellos “diagnósticos” se logran dos efectos lucrativos: producir una
generación de adictos a los barbitúricos y asegurar un mercado de
drogodependientes que eventualmente crecerán para consumir.
Las
otras drogas de manufactura corporativa; medicamentos destinados a otras
“condiciones o enfermedades” en el marco capitalista de los sistemas de
salud.