La política es el arte de administrar las mentiras de acuerdo con lo que el poderoso necesita a cada momento. Eso incluye artificios para distraer a la opinión pública, llegando a promover guerras si resulta eficaz. El poder de las imágenes superará cualquier argumentación o análisis.
No es teoría: que el macroengaño del 11-S funcionase en su momento solo pudo ocurrir merced a que la oleada de emociones movilizadas se sobrepuso a la acumulación de inverosimilitudes que se nos presentaron, desde unas llamadas por móvil desde los aviones secuestrados que no pudieron producirse hasta una estructura de acero que cede cuando se halla casi 900 grados por debajo de su temperatura de fusión. Nadie se paró a escuchar las denuncias de ingenieros, técnicos y expertos. Exactamente igual que cuando vemos una película pasando por alto las incoherencias del guión. Porque de eso se trata: del diseño de producción de lo que tomamos por real.
Poco antes de que estallase el "escándalo Levinsky" Barry Levinson dirigió un prodigioso film que supone la certificación de que lo que se nos cuenta de cada episodio político o geoestratégico del mundo que vivimos ha sido cuidadosamente elaborado por creativos en la sombra, poniendo ante nuestra mirada el trabajo de un equipo de producción de Hollywood que tiene que distraer al electorado norteamericano ante un desliz sexual cometido por el presidente con una becaria, días antes de una reelección que no puede dar por segura. La estrategia desarrollada para ocultar el incidente pasa por fingir una gripe del mandatario, crear un conflicto ficticio en Albania (amparado en la consabida "guerra contra el terrorismo") y fabricar un héroe de circunstancias con el que identificarse.
La cínica -y eficaz- manipulación de la prensa y TV que vemos desplegarse ante nuestros ojos podría parecer excesiva si no fuera porque la realidad ha imitado al arte no una vez más, sino tantas que han convertido a "Wag the dog" (título original del film) en algo profético: desde la ficción del heroico pasaje del vuelo 93 hasta la participación de figurantes de Hollywood en el atentado de la maratón de Boston confirman cómo historias inventadas movilizan convenientemente el ardor patriótico. La información es pura propaganda (algo que los medios están pagando con el absoluto descrédito en que han caído).
Un caso paradigmático de creación de "hazañas patrióticas" a la medida de los intereses de la Casa Blanca fue el caso de la soldado Jessica Lynch, cuya "liberación" fue un montaje urdido por la propaganda norteamericana en un momento en que la guerra de Irak empezaba a revelar su carácter de invasión y a perder apoyo popular. Las similitudes con el film de Levinson llegan al extremo de que incluso se llegó a componer una canción para glorificar el episodio, al igual que vemos en la película que hace el atrabiliario cantante -interpretado por Willie Nelson- que forma parte del equipo de relaciones públicas que directamente crea la noticia.
La realidad de los medios imita al arte, porque ambos son esencialmente mentirosos. La batalla de la opinión pública la gana quien mejor manipula, ya se trate de vencer en unas elecciones o de lograr apoyo para una intervención militar. Como en la canción de U2, "los hechos son ficción y la televisión realidad". En la sociedad de la imagen no es que ésta valga por mil palabras, es que directamente desaloja de la mente del espectador el menos atisbo de análisis crítico.
Si hay una película de visionado absolutamente imprescindible para comprender el poder de manipulación de los "mass media" es ésta. Destila cinismo, acidez e inteligencia. Y retrata de un modo aterrador cómo la sobreinformación nos anula.
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Astillas de realidad: "LA CORTINA DE HUMO", UN FILM PROFÉTICO: