San Brendán (
484-576) abad del Monaterio de 
Clonfert (Irlanda), fue un famoso navegante que buscaba tierras que 
evangelizar durante el siglo VI. (se afirma que San Brandán incluso 
llegó a pisar tierra en Terranova, que de ser cierto, lo convertirían en
 el primer europeo en llegar a America.)
La leyenda 
de San Borondón llegó a adquirir tal fuerza en Canarias que durante los 
siglos XVI, XVII y XVIII se organizaron expediciones de exploración para
 descubrirla y conquistarla, incluso Leonardo Torriani, ingeniero 
encargado por Felipe II para fortificar las Islas Canarias, a finales 
del siglo XVI, describe sus dimensiones y localización y aporta como 
prueba de su existencia las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo 
largo del siglo XVI. Así la tradición cuenta que las Islas Canarias son 
ocho y no siete, ya que muchos testimonios de personas dicen haber 
visto, en días claros, al oeste de las islas de La Palma, El Hierro y La
 Gomera, otra Isla. A veces se ve brumosa, otras se ve perfectamente 
nítida e incluso se ven los árboles. 
San
 Brandán fue eliminado del santoral en tiempos de Pablo VI, pero de lo 
que no hay duda, es de que se trató de un abad irlandés que llevó a cabo
 tareas de evangelización en las aguas del Mar del Norte. Parece ser que
 en dicha leyenda Cristóbal Colón se inspiró para descubrir otras 
tierras, ya que el misterio corrió por los siglos y Cristóbal Colón en 
su diario de a bordo anotaba el 9 de agosto de 1492 que cada año veían 
tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de La 
Gomera afirmaban otro tanto. Y el almirante puso rumbo al poniente, por 
donde aparecía San Borondón, en busca de tierras firmes. Unas veces la 
han visto por el poniente de La Palma, más al norte o al sur, entre El 
Hierro y La Palma, otras frente al Puerto de Tazacorte.
 En 1958 el fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero la logró captar con su 
cámara y su cartografía abarca siglos en mapas y portulanos.
En una noche de navegación por los mares de las Islas Canarias, San 
Brendán junto a sus hombres encontraron una isla donde decidieron 
descansar un tiempo después de varias jornadas en alta mar.
A 
media noche, mientras todos los hombres descansaban, San Brendán  rezaba
 y miraba el camino de las estrellas descubriendo algo insólito. Al día 
siguiente lo anunciaba a su tripulación: no estaban en una isla, estaban
 navegando en la superficie de una ballena.(De aí el mito de la movilidad de la isla)
Jasconius,
 nombre con el cuál fue bautizada la ballena navegaba cerca de una isla,
 donde los hombres y el abad huyeron espantados al enterarse de la 
noticia.
Siete años permanecieron en dicha isla, con vegetación, alimento y 
fauna en abundancia. La llamaban el paraíso, pero finalmente le pusieron
 el nombre de la isla de San Borondón, en honor al abad.
Muchos
 marinos de la época  mencionaban el avistamiento una isla en el 
horizonte con los mismos rasgos y características, que desaparecía 
repentinamente, lo que originó múltitud de expediciones en busca de la 
isla de San Borondón. Los romanos la denominaban Aprositus.
En 1865,el naturalista escocés Edward Harwey afirmó haber descubierto la 
isla misteriosa.Entre las pruebas que aportó se encontraban dibujos de 
la flora y la fauna del lugar (aunque se consideran dudosas).
 La particularidad más hermosa de esta ínsula inexistente ha tenido a 
lo largo de los tiempos numerosos y muy variados apelativos, Aprósitus: 
isla a la que no se puede llegar o que no se muestra, la Encubierta, la 
Inaccesible, la Non Trubada, Makáren Nêsoi, hasta su denominación actual
 de San Borondón. Sin duda, la quimérica odisea de San Brendan de 
Clonfert concuerda perfectamente con la idea que en el archipiélago 
canario se halla San Borondón: una misteriosa isla que aparece y 
desaparece en diversos puntos del horizonte. Sea espejismo, o 
acumulación de nubes, el caso es que existen muchos testimonios de 
personas que dicen haberla vista y otros van más allá, ya que dicen 
haber estado en ella.
Unos viajeros franceses hicieron una de las primeras descripciones de
 la tierra firme de San Borondón. Asegura Marín de Cubas (1643-1704) que
 estos marinos llegaron a la isla cuando hacían la travesía desde 
Madeira hasta Gran Canaria. Desembarcaron en un puerto, no sabemos si 
natural o artificial, y aunque no vieron a nadie pudieron observar 
señales de haber hecho fuego y encontraron tres bueyes atados a unos 
pesebres de piedra. Durante su estancia cogieron naranjas, hierbabuena, y
 agua fresca, todo lo cual llevaron después al puerto de Gando para 
certificar su historia. Algunos datos más los proporciona Leonardo 
Torriani (1560-1628), que cuenta el caso de un barco portugués que, 
llegando a La Palma desde Lisboa en 1525, comenzó a hacer aguas de 
manera peligrosa y se vio obligado a atracar en la tierra más cercana. 
Resultó ser la isla fantasma, extremadamente fértil gracias a que estaba
 atravesada por un río que alimentaba enormes y frondosos árboles. El 
relato fue tan convincente que propició que un año más tarde se 
organizara una expedición en su búsqueda, comandada por Fernando Álvarez
 y Fernando de Troya, que desgraciadamente volvió sin resultados 
positivos. Quien sí pudo comprobar la historia de los portugueses fue un
 hidalgo huido de la justicia, de nombre Ceballos, que en 1554 afirmó 
que había estado varias veces en San Borondón, una isla con espesísimas 
selvas que llegaban hasta el mar y que estaba poblada de pájaros que no 
tenían miedo de ser atrapados con las manos. En una playa grande y 
hermosa, según relató, vio huellas de gigantes y restos de haberse 
celebrado una comida en platos vidriados. No es el único que afirma 
haber observado pisadas humanas de gran tamaño en las playas de San 
Borondón, ya que lo mismo afirmaron unos portugueses ante la Real 
Audiencia de Canarias en 1570, por lo que podemos colegir que los 
habitantes de este país son, efectivamente, gigantes, a excepción de los
 marinos que estos portugueses dejaron en tierra cuando las grandes 
corrientes les obligaron a alejarse para siempre, y de otros nautas que 
fueron abandonados allí en sucesivas ocasiones y en parecidas 
circunstancias. Y es que las corrientes marinas alrededor de San 
Borondón también son de proporciones desmesuradas, como explicó el 
corsario John Hawkins (1532-1595) cuando afirmó que sólo los piratas, 
los más experimentados hombres de mar, estaban capacitados para 
sortearlas y arribar a tierra firme. También Núñez de la Peña 
(1641-1721) describe las grandes corrientes que rodean la isla 
impidiendo cualquier acercamiento. A los bueyes que aquellos franceses 
habían visto atados hay que añadir otros que vieron los mismos 
portugueses que declararon en 1570, y también John Hawkins hizo 
referencia a la gran cantidad de aves y animales. Por esos años la isla 
de San Borondón se mostró con una frecuencia mayor de la habitual, y 
aunque en cada ocasión se presentaba en latitudes diferentes 
(normalmente al oeste de las islas Canarias y a veces algo más al 
norte), siempre mostraba la misma silueta, formada por dos grandes 
protuberancias separadas por un barranco poblado de vegetación. Así lo 
aseguró fray Bartolomé Casanova, quien, desde las costas de Teno 
(Tenerife), calculó en 1556 que los dos montes debían de ser mayores que
 el Teide; y así debían de imaginar la isla Roque Nunes y Martín de 
Araña, quienes organizaron el mismo año otra expedición para 
encontrarla. Mientras tanto, nuevos barcos seguían topándose con La 
Inaccesible por casualidad, como aquellos otros franceses que en 1560 
hicieron en su costa un palo mayor para sustituir el que se les había 
partido. Convencidos de que estaban en la isla del santo, dejaron como 
testigo una carta, algunas monedas de plata y una cruz de gran tamaño. 
La más completa descripción que se ha hecho nunca de La Encubierta la 
realizaron precisamente los que encontraron esta cruz. Fue en 1570, 
cuando la Real Audiencia de Canarias hizo información de todo lo que se 
conocía sobre San Borondón para tratar de desentrañar el misterio. 
Numerosos testigos declararon, y entre ellos destacó un marino que había
 desembarcado en tan hermoso lugar poco tiempo antes. Algunos autores 
dicen que se trataba de Pedro Vello, piloto de Setúbal, pero parece ser 
que en realidad fue un tal Marcos Pérez, que viajaba con él, quien 
compareció ante las autoridades. Su relato cuenta que cuando volvían del
 Brasil camino de Madeira, a la altura de las islas Salvajes, una 
tempestad los condujo al triángulo formado por La Palma, La Gomera y El 
Hierro y los llevó frente a una isla que no era ninguna de las tres. Una
 tempestad  les obligó a aproximarse a un puerto que avistaron. La 
tierra en que se encontraban tenía dos montañas, como habían descrito 
otros observadores. Éstas tenían color verde por la abundante arboleda, y
 estaban separadas por un profundo barranco. Pronto encontraron un gran 
brezo en el que había una cruz, tal vez la que habían abandonado los 
anteriores visitantes, y cerca de él, restos de hogueras, cáscaras de 
lapas y caracoles marinos. Más arriba había una zona de tierra donde 
vieron huellas humanas que doblaban en tamaño las de la gente normal. En
 cuanto a los animales, pudieron ver gran cantidad y variedad de ellos. 
(parte de este texto ha sido extraído de Rincones del Atlántico)
En el libro I, capítulo I de la Historia de la Conquista de las Siete
 Islas Canarias, de Fray J. Abreu Galindo, escrito entre los años 1590 a
 1630, dice así: estas islas que tengo referido ser ocho eran, al tiempo
 que Nuestro Señor Jesucristo nació, solamente siete; aunque Tolomeo 
afirma no ser más de seis, entre las cuales hace mención de la isla de 
San Borondón, llamándola Aprositus (la Inaccesible, o isla a la cual no 
se puede llegar); de manera que desde el tiempo de Tolomeo, cosmógrafo 
que floreció en la era del emperador Marco Antonio, ciento cuarenta y 
cinco años después del nacimiento de Cristo, se tiene noticia de esta 
isla que desaparece y que está junto con estas islas de Canarias. Y así 
hace Plinio (escritor y orador, nacido en Como, el año 61 de la era 
cristiana), que dellas escribió antes de Tolomeo, (que fue en tiempo del
 emperador Nerón, cincuenta y seis años después de Cristo), mención de 
ocho nombres de islas, y Lucio Marineo, (historiógrafo y capellán de 
Fernando V) en el libro de Cosas memorables de España, llamando a las 
islas del 
Hierro, Ombrión o Pluvialia; la segunda La 
Palma, a quien llamaron Junonia Mayor, la tercera isla es 
La Gomera, que llamaron Junonia Menor; la cuarta 
Tenerife, llamada Nivaria; la quinta 
Canaria; la sexta es la isla de 
Fuerteventura que decían Planaria, la séptima es la isla de 
Lanzarote, a quien llamaron Capraria; la última es 
San Borondón, a quien llaman y nombran Aprositus, isla inaccesible.